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Por la Editora de Mujeres en la Industria de Santa Cruz

Hablar de mujeres en la industria de Santa Cruz es hablar de avances, pero también de deudas. En los últimos años, la presencia femenina en sectores históricamente masculinizados, como la minería, el petróleo, la energía y la construcción, ha crecido de forma lenta pero sostenida. Según los datos más recientes, las mujeres representan apenas entre el 8% y el 10% del total del empleo registrado en la industria en la provincia, con mayor concentración en roles administrativos, de soporte o en áreas sociales y de salud laboral.

Cuando se trata de los puestos técnicos, operativos o jerárquicos, ese porcentaje se reduce aún más. Y aunque algunas empresas han comenzado a implementar políticas de inclusión y diversidad, la brecha de género sigue siendo estructural: no solo en el acceso, sino también en las condiciones de trabajo, el reconocimiento salarial y las oportunidades de desarrollo profesional.

No podemos dejar de preguntarnos: ¿qué obstáculos siguen vigentes? ¿Por qué, en pleno 2025, todavía se sigue asociando el trabajo industrial con lo masculino?

Las respuestas son múltiples: desde estereotipos de género que persisten en las decisiones vocacionales de niñas y jóvenes, hasta entornos laborales que no garantizan condiciones dignas ni libres de violencia para las mujeres que deciden ingresar. La falta de infraestructura adecuada (como vestuarios, transporte o protocolos de cuidado) también sigue siendo una barrera silenciosa pero efectiva.

Desde Mujeres en la Industria de Santa Cruz creemos que es hora de dejar de hablar de «inclusión» como un gesto voluntario y empezar a exigirla como lo que es: un derecho. La industria necesita a las mujeres no solo para cumplir con indicadores de diversidad, sino porque nuestras miradas, capacidades y experiencias son claves para transformar un modelo productivo que ya no puede seguir siendo excluyente.

Lo que falta por trabajar es mucho. Desde políticas públicas con enfoque de género hasta capacitaciones técnicas accesibles y campañas que cuestionen los mandatos culturales que aún pesan sobre nuestros cuerpos y decisiones. Pero también sabemos que no estamos solas: cada vez somos más las que nos organizamos, visibilizamos y exigimos un lugar en igualdad de condiciones.

Porque estar en la industria no es un privilegio. Es una conquista. Y como toda conquista, necesita de lucha, sororidad y persistencia.